domingo, 15 de diciembre de 2013

POLVO DE ESTRELLAS

 
 
 
 
 
POLVO DE ESTRELLAS
Soíd creció mirando las estrellas; esas estrellas que tantas alegrías le habían dado durante toda su vida. Parecía que ahora se estuvieran volviendo contra él, agotadas de revelarle sus secretos más íntimos cada vez que los demandaba. Ahora ya siendo adulto observaba la órbita del planeta que lo había acogido tiempo atrás siendo un niño con toda su familia.

Cuando el suyo propio capituló a la sobreexplotación y tuvieron que abandonarlo más de quince mil millones de seres, fueron recibidos con los brazos abiertos por una estrella gemela. Pero ahora sus pies volvían a pisar tierra árida y tenía que encontrar una solución. No quería ver como poco a poco su hogar moría sin remisión.

Parpadeó y, tropezando sus pupilas con un mundo joven, su imaginación voló. Era el globo azul que llevaba tiempo observando. Los cálculos y estudios planetarios que había hecho su equipo de astrónomos sobre ese orbe les habían hecho prever que podría albergar vida en poco más de unos diecinueve años galácticos. Demasiado tiempo para lo que le quedaba a él de existencia.

Su ciclo vital se aproximaba a su fin, estaba demasiado cerca. No tenía miedo a desaparecer, pero sí a morir sin haber hecho algo para que generaciones venideras lo recordaran, casi, eternamente.
Sus logros como bioquímico y genetista no eran bastante para él. Los estudios y ensayos en clonación molecular y celular le eran insuficientes: quería más. No para ser inmortalizado después de que desapareciera, o por lo menos eso era lo que creía.

Sabía que tarde o temprano formaría parte del cosmos como pura energía fundiéndose en él, para seguir siendo parte de la materia que componía ese infinito y eso era algo de lo que se enorgullecía. Al fin y al cabo era como todos acabarían. En el universo eterno.

Se acomodó en su sillón favorito. Llevaba un ciclo demasiado largo sin conciliar el sueño y su cuerpo le gritaba, le suplicaba un mínimo tiempo para reponerse. Le hizo caso, cosa bastante extraña en él.

La Vía Láctea se materializaba ante sus ojos como un lienzo en blanco. Como si él pudiera ir dando forma y color a todo lo que podía ver, sentir y tocar, como si lo estuviera creando él mismo, un big bang particular. Gravitaba en el entorno como ese orbe azul al que aún no le había dado nombre. En su sueño realizó la órbita de ese extraño sistema solar alrededor del centro de la Vía Láctea, tardando doscientos veinticinco millones de años “terrestres”. Todo un año cósmico.

Se despertó sobresaltado, su corazón danzaba alborozado. Ya tenía un nombre para esa pequeña esfera achatada en sus polos. Ya tenía nombre, volvió a pensar y, levantándose de un brincó pronunció una palabra: Tierra.

Se dirigió corriendo a su laboratorio. Cuando entró en él, solo lo recibieron las frías luces blancas y los sonidos de los aparatos del recinto. Podía notar la magnitud de la nave en la que se hallaba. Medía más de diez kilómetros de longitud y siete y medio de ancho, con una altura de cinco kilómetros, albergando a casi un millón de individuos. Astrónomos, geólogos, genetistas, médicos, pilotos. Todos voluntarios para buscar un nuevo hogar donde aprender a querer y cuidar lo que el universo les brindara.

Se permitió soñar despierto y él no era de esos. Su mesa de trabajo estaba impecable; la meticulosidad se la había otorgado el trabajo que desempeñaba. Fijó la vista en el microscopio de electrones y se dirigió hacia donde guardaba las muestras de ADN criogenizadas. Estaba dispuesto a hacer algo que hacía muchísimo tiempo que no se realizaba por no haber dado los resultados esperados.

Cuando estaba a punto de coger los óvulos custodiados en el laboratorio, donados por la tripulación femenina, entró su ayudante.

—Soíd ¿no puedes dormir? — dijo sorbiendo algún tipo de líquido humeante.
Él giró con brusquedad casi perdiendo su verticalidad.
— Hey, hey. Cuidado— le dijo Lin dejando la taza sobre una de las mesas de la entrada. Corrió hacia a su mentor y amigo, para evitar su caída al frío suelo.
— No pasa nada, solo que me has asustado. No esperaba a nadie a estas horas.
— Ya bueno… yo tampoco esperaba ver a nadie. No podía dormir y después de estar harta de leer me he decidido a venir aquí. ¿Qué estabas haciendo? ¿Puedo ayudarte?
Soíd la miró como si estuviera mirando a través de su microscopio, evaluando si podía confiarle lo que tenía en mente hacer.
— Sabes que Patmob se muere y todos nosotros estamos aquí para encontrar un planeta que tenga la misma atmosfera o muy similar a la de nuestro planeta. También hay otros requisitos, como que esté deshabitado — dijo girándose para no mirarla directamente a los ojos y empezar a enumerar la larga lista de requerimientos que necesitaban encontrar en un nuevo mundo.
— Sí. ¿Qué quieres decirme con eso? — contestó cruzándose de brazos.
— También sabes… que hemos encontrado un planeta joven ¿no? —siguió diciendo girándose hacia ella, esta vez mirándola directamente a los ojos.
El brillo que vio en sus ojos le hizo pensar que tenía algo entre manos, algo gordo. Lo conocía demasiado bien. Acabó asintiendo.
— Bien, ¿cuánto tiempo llevamos buscando un planeta para poder albergar a todos los que siguen en Patmob?

Ella, encogiéndose de hombros y mirando hacía el suelo para poder dar una respuesta lo más aproximada posible le dijo negando con la cabeza:
— ¿Doscientos cincuenta años?
—Casi. Exactamente doscientos cuarenta y ocho. ¿Cuantos planetas hemos encontrado que dieran la “talla” en todo este tiempo?— volvió a preguntar con una sonrisa en sus labios, pero con tristeza en sus ojos.
— Ninguno — contestó Lin mordiéndose la uña del pulgar derecho.
— Exacto. Ninguno. Ya no tenemos mucho más tiempo. ¿Otros cien, como mucho?— dijo levantando una de las cejas.
— Sí, más o menos. Por lo menos es lo que han calculado los astrónomos, antes de que el planeta diga basta.
— Bien. Creo que he encontrado la forma de perdurar.

Ella lo miraba con interés. Soíd al observarla sabía que tenía toda su atención. Sus gestos, su postura erguida, su mirada inteligente, todo le indicaba que ahora, en ese preciso momento, no existía otro pensamiento que no fuera escuchar lo que le quería decir. Y por eso la amaba.
— Sé cómo hacerlo, cómo hacer que nuestros genes sigan en otro planeta después de que todos nosotros hayamos desaparecido. Aquí en esta nave acabaremos muriendo tarde o temprano uno a uno. Igual que en Patmob si no encontramos un astro rápido y al paso que vamos el único planeta que puede albergarnos es esté pequeñín— dijo señalando con su dedo índice el mapa estelar que tenían delante.
— No es lo suficientemente grande.
— Lo sé. Por eso tengo pensado clonar a una pareja de nuestra especie, ajustándolos genéticamente al ciclo vital de la Tierra y así poder poblarla. No pueden ser tan longevos ni tan grandes como nosotros. Volverían a ser demasiados y podría repetirse la historia de Patmob.
— ¿La Tierra? — preguntó cuando acabó su explicación.
— Así la he llamado. ¿Me ayudarás?

Los años que transcurrieron hasta que pudieron tener a los dos especímenes adultos para poder procrear, fueron duros, aunque alegres.Los continuos viajes a la Tierra en pequeñas lanzaderas con sus clones para que pudieran aclimatarse, fueron despiadados, pero también fueron prolíferos. Estuvieron a punto de perder a los dos, en varias ocasiones por las enfermedades que contrajeron. Eso mismo les permitió ser inmunes a los numerosos gérmenes que la poblaban.
Los veían crecer fuertes y totalmente aclimatados al nuevo mundo. Un mundo repleto de agua dulce y salada, con frondosos bosques primigenios. El ecosistema era perfecto.

Cuando llegó la hora de dejarlos a su suerte, borraron sus recuerdos permanentemente. Todo lo que les pudiera recordar de dónde procedían. Soíd y Lin miraban como se alejaban ellos mismos de la seguridad que habían tenido durante veinte años. Sentían la angustia en sus propias carnes. Eran ellos, sin serlo.

La nave llamada Nasborn, nunca llegó a encontrar un nuevo planeta para Patmob. Muriendo sus habitantes lentamente, haciendo que sus pobladores siempre miraran al cielo esperando el milagro.
Soíd, Lin y toda la tripulación tuvieron algo más de tiempo. El suficiente para poder dejar al hombre y la mujer que habían creado en un laboratorio. También para poder tener su propia descendencia y habitar otro mundo a muchos años luz de ese sistema solar, con los pocos voluntarios que habían quedado vivos.

Lin siempre recordaría hasta el último día de su vida que aquella mujer era ella. El hombre era igual que Soíd y como los vio marchar cogidos de la mano, totalmente desnudos. También recordó que alguien, en algún momento preguntó una vez antes de que se alejaran:
— ¿Qué es eso?
—No deberías preguntar qué es eso, sino ¿quiénes son ellos?— dijo Soíd con orgullo.
— Y bien, ¿quiénes son?— preguntó de nuevo.
— Ellos son Adán y Eva. Para ellos seré el ser que vino del cielo. Durante un tiempo los guiaré y después, cuando yo ya no esté, mi hijo seguirá lo que yo empecé.
— ¿Y cómo te llamaran para saber quién eres?— preguntó el hombre del que Lin ya no recordaba su nombre.
— Creo que mi nombre al revés es perfecto, sin comienzo ni fin.

Lin al recordar esto en su último suspiro y estando rodeada de sus seres queridos, miró al infinito. Una lágrima rodó por su mejilla. Soíd hacía tiempo que ya no estaba entre ellos. Por fin se reuniría con él, con su segundo creador. Ya había llegado la hora y cerrando los ojos, a continuación pronuncio su última palabra con amor. Convirtiéndose para siempre en polvo de estrellas.

¡Dios!

sábado, 9 de noviembre de 2013

LIBERTAD



Eran los guerreros más pequeños de la sabana Africana, pero no por eso los menos temidos. Empezaba a amanecer, los primeros rayos se colaban entre las ramas de la solitaria acacia que habían tomado como referencia del territorio que ahora reclamaban para ellos. La actividad en las filas era frenética. Cada uno de sus miembros sabía perfectamente que era lo que debían de hacer esa mañana. Se estaban preparando para la gran guerra y se notaba en el ambiente, ya no por el nerviosismo, sino por la adrenalina que podía olerse recorriendo todo el asentamiento.

Habían llegado el día anterior para preparar la conquista del territorio. Las tropas estaban distribuidas para proteger los posibles puntos de acceso que pudieran encontrar los enemigos en su campamento. La inteligencia colectiva les había servido para mantener esclavizados a sus rivales durante muchos años, ya que la guerra era su modo de vida. Los soldados opositores, al escuchar su avance —haciendo temblar la tierra a su paso—, intentaban plantar cara aun estando en inferioridad numérica. No les faltaba valor, ya que ellos luchaban por su prole y el territorio adquirido mucho tiempo atrás.

La misión de las falanges era adentrarse en las columnas enemigas para hacer prisioneros y después integrarlos a sus filas como carne de cañón. Obligándoles a hacer de avanzadilla en sus numerosas incursiones solo por seguir teniendo el potencial de las masas en combate. Cuantos más mejor. Así era como ganaban sus batallas, siempre superando en número a sus contendientes.

Muchos de los prisioneros eran obligados a atender las necesidades de la tropa, bien como proveedores de alimentos y haciendo los trabajos más pesados, bien excavando en la tierra seca bajo un sol de justicia o manteniendo los asentamientos en perfecto orden de limpieza. Otros por el contrario, sin tener ninguna experiencia en combate, eran obligados a luchar por sus nuevos señores. Los inexpertos soldados no luchaban por obligación o por estar subyugados, sino por su vida, la cual, irremediablemente, acababa casi siempre de la misma forma: desmembrados por los enemigos, amontonándose sus cadáveres en el campo de batalla. Su nula experiencia bélica no los hacía rivales de los que habían nacido para la guerra.

Pronto empezarían las lluvias en la sabana, la estación seca llegaba a su fin y uno de esos esclavos lo único que quería era regresar a su hogar. Después de haber estado con sus señores por mucho tiempo, había adquirido ciertas habilidades en combate. Aún seguía vivo después de muchas batallas y ahora no estaba dispuesto a participar en la gran guerra que se avecinaba. Parte de su vida la había pasado como recolector y ahora, pasado el tiempo, lo único que deseaba era volver a su vida anterior.

Así qué empezó a planear la estrategia, la misma que tiempo atrás le habían enseñado sus señores. Muchos de sus compañeros eran igual de veteranos que él y al compartir el mismo anhelo, estaba convencido de que lo seguirían. Ya había llegado el momento de la batalla, la que les proporcionaría la libertad. La decisión estaba tomada.

Hacía tiempo que los esclavos sobrepasaban en número a sus amos, esto nunca había sucedido en el pasado. Al darse cuenta de este hecho fue cuando se decidió que la hora había llegado y se zanjó la táctica a seguir.

Un pequeño grupo de esclavos serian los encargados de adentrarse en las líneas enemigas — ellos no los consideraban enemigos, pero sí sus señores—para hacerles saber las intenciones de sublevación. Mientras ellos atacaban desde dentro, el ejército aliado, o amigo en este caso—ya que eran de la misma especie—, llegaría antes de que dieran la orden de partir hacia la guerra. Esto los pillaría desprevenidos teniendo que contener dos frentes. Uno, los de sus propios esclavos y otro, el de los combatientes a conquistar.

Cuando todo empezó el sol estaba en lo más alto. El medio día era abrasador, el astro rey estaba siendo implacable aunque ellos no fueran conscientes de eso, ya que la refriega se había iniciado bajo tierra, en los túneles que, construidos por obligación, habían hecho para su propio provecho — siempre los hacían así, esperando día tras día lo que ahora por fin se había dado—, controlando cada recoveco, cada galería, cada burladero y las salidas al exterior, para los más débiles o con menos experiencia para afrontar la batalla.

La lucha cuerpo a cuerpo fue cruel, sangrienta y despiadada. No hubo compasión para los sublevados ni para sus captores. Los túneles que habían servido de refugio y de almacén eran ahora un campo de batalla. Los cuerpos desmembrados se contaban por cientos. Esos mismos cadáveres hacían de parapeto para los muchos soldados inexpertos, dándoles algo de ventaja para no ser cazados o ejecutados, ya que los restos de sus compañeros, ayudándoles en su muerte, servían a su vez de trincheras haciendo mucho más difícil el avance de sus enemigos. Llegando a tal punto que la batalla se trasladó, sin ser conscientes de ello, fuera de los túneles, dándoles una ventaja considerable a los esclavistas.

Pronto las bajas de los que pretendían la libertad fueron en aumento. Estaban siendo diezmados por la superioridad en batalla y fuerza física de sus contrincantes. Cuando todo parecía perdido llegaron los refuerzos.

Se habían juntado más de veinte especies de hormigas para aniquilar al conquistador. La avanzadilla de las esclavas había dado sus frutos y sus rescatadores llegaron, aunque demasiado tarde para muchos.

Las guerreras esclavistas sucumbieron. Aun así, no pararon de luchar hasta que no quedó ni una sola en pie.

Los cuerpos inertes se contaban por miles. Las que quedaron con vida no olvidarían nunca que una simple recolectora les había dado la opción de luchar por su dignidad.

La hormiga que había dado esperanzas a sus compañeras yacía en el suelo seco de la sabana, despedazada, habiendo muerto con honor. No volvería a su hogar, no volvería a recolectar para su clan, pero había logrado que todas las demás lucharan por un objetivo.

La libertad.

sábado, 19 de octubre de 2013

EL PRIMER INVIERNO
 



Creía tener unas manos fuertes,
tan fuertes como cadenas,
sirvieron de bien poco.

Y esa, ahora es mi condena.

 

 

El invierno había sido duro. La nieve había empezado a derretirse, haciendo mucho más practicable avanzar por los senderos que se habían ido formando tiempo atrás por el trasiego de vecinos y excursionistas. El bosque siempre había sido una fuente de recursos para la villa de una forma u otra, bien por los montañeros que acababan bajando al pueblo para hacer sus compras o para los propios vecinos, pudiéndose abastecer de setas, bayas, y todo tipo de plantas aromáticas y hierbas medicinales para después venderlas a los turistas.

Para Ángel y su madre, la montaña era ahora su hogar. Durante la larga estación invernal, habían estado escondiéndose de los seres que meses atrás habían ido adueñándose del pueblo, evitándolos todo cuanto pudieron, y teniendo que enfrentare a ellos muy de tanto en tanto ya que conocían como la palma de su mano los bosques que durante todo ese tiempo los habían acogido, pudiendo sortearlos a todos ellos durante meses.

Sin haberse cruzado con un alma durante toda la estación, cuando en el pueblo empezó a escasear la materia prima fresca, los cuerpos sin vida que lo habitaban empezaron a buscar nuevas fuentes de alimentación, empezando a llegar en grupos para corromper con su presencia, la montaña.

Hacía nueve meses que se había declarado la mayor epidemia que hubiese conocido el hombre hasta ese momento. Las autoridades en un principio, no quisieron dar la importancia que supuso que los muertos se levantaran a las pocas horas de fallecer y así no alarmar a la población. Evidentemente eso fue una equivocación e hizo que la epidemia se propagara con mayor velocidad. A algunos solo les restaban unos pocos minutos, esos eran los menos. Cuando “resucitaban” atacaban a las personas que se hallaban a su alrededor, tanto daba si eran familiares, amigos o desconocidos, se los comían igual que las hienas a su presa.

Había sido una buena idea trasladarse a los bosques para eludir la epidemia impidiendo engrosar las filas de muertos vivientes. Ya no podían aplazar por más tiempo el conseguir comida, decidiendo regresar al punto de partida, el pueblo.

Las mochilas que llevaban a sus espaldas madre e hijo no pesaban, ya que las conservas que las habían llenado, fueron agotándose con el paso de los días y los meses, habiendo reemplazado durante todo ese tiempo sus reservas. Durante mucho tiempo estuvieron sin atreverse a bajar a ninguna de las poblaciones de los alrededores para no tener que lidiar con aquellos monstruos. Solo habían sido capaces de entrar en las pocas casas aisladas que iban encontrando para aprovisionarse de ropa y alimentos en lata, ya que la huida no había sido programada, habiendo escapado con lo puesto cuando se declaró la epidemia en el pueblo. Todo había ocurrido en junio, ahora encontrándose por fin en el mes de marzo podían ver un futuro algo menos salvaje y más esperanzador, creyendo que la mayoría de seres, había dejado de existir por el proceso natural de la descomposición de los cuerpos. Se equivocaban.

 Tanto Ángel, como su madre habían huido del caos in extremis, dejando atrás amigos y familia, convencidos de que si no habían sucumbido al desastre acabarían por encontrarse en algún momento.

Ahora hallándose en la falda de la montaña y habiendo dejado el escondite donde se sintieron seguros durante algún tiempo, se deleitaban con la panorámica del pueblo. El sol empezaba a salir de entre las nubes, tímido, acariciando los rostros de cada uno de ellos, haciéndoles sentir sensaciones y pensamientos distintos al observar, el que hasta entonces había sido su hogar, su ciudad y su pequeño mundo.

Parecía, que hasta el amanecer se ralentizara al ver la majestuosidad del valle en silencio. Las sombras de la noche acompañadas por los ruidos, muchas veces sin procedencia aparente, se retiraban a recodos que era preferible no averiguar donde se encontraban.

Violeta, con su gorro de punto y sus mitones raídos, miraba todo lo que le rodeaba fascinada. Durante unos segundos cerró los ojos y aspiró profundamente los aromas que el viento trasportaba de las montañas solo para ellos. El sentimiento de gratitud por un día más hacia su creador, le hizo coger una de las manos de su hijo apretándola con fuerza y, mirándole a los ojos, sonrió con esperanza. Ángel al notarse sujeto escudriñó a su madre, viendo en sus ojos una serenidad que hacía meses que no veía y, devolviéndole la sonrisa, tornó a echar un vistazo hacia el valle, dándole el valor que en otra situación no hubiera tenido para preguntar.

— ¿Crees que por fin todo ha acabado, qué puede que aún haya alguien vivo en el pueblo?

Violeta, incómoda por la inesperada interrogación del adolescente, soltándole la mano y colocándose la mochila, apretó la cincha de la hebilla ajustándola a la cintura sin tener ninguna necesidad de hacerlo, dándose así un tiempo para pensar lo que iba a decir.

—No lo sé cariño, es algo que tenemos que averiguar. Éramos más de treinta mil habitantes ahí abajo, por eso mismo estoy segura de que alguien debe de quedar vivo escondido en alguna parte.

— ¿Es posible que tía Esther y Alba pudieran entonces… estar escondidas o qué hubieran huido como nosotros a las montañas?

— ¡Claro que sí! ¿Qué te hace pensar lo contrario?—dijo Violeta convencida de que su hermana y su sobrina, habían escapado a la locura que se había desatado en sus vidas. Sin esperar respuesta siguió hablando—. Esther, sabe perfectamente que aún siendo la pequeña de las hermanas, siempre ha sido la más lista, la más fuerte y sobre todo la más decidida de las dos. No te preocupes por ellas. La pequeña Alba, seguro que está bien, igual que tu tía, habrá sabido cuidar perfectamente de su hija. Evidentemente lo habrá hecho mucho mejor, que yo contigo. Solo hace falta echarte un vistazo, estas hecho un asco—acabó diciendo dándole un pequeño puñetazo cariñoso en el hombro, para relajar la conversación.

—Mamá… lo has hecho muy bien—dijo el muchacho acercándose a su madre y besándola en la mejilla, sin poder evitar pensar que durante todo aquel tiempo que habían permanecido en las montañas no se habían encontrado con ningún ser vivo.

— ¡Anda vamos! Antes de que acabe de salir el sol deberíamos acercarnos todo lo que podamos, para descubrir cómo está el pueblo e intentar averiguar si podremos encontrar comida, ropa y sobre todo, buscar a tu tía y a tu prima. ¿Llevas la escopeta cargada? —dijo mirando la suya propia y palpándose los bolsillos del abrigo dos tallas más grande, para asegurarse que la munición seguía donde la había dejado. El chico de dieciséis años levantó su dedo pulgar enguantado, dándole la afirmación que buscaba su madre.

Les llevó más de dos horas llegar hasta la entrada de lo que hasta hacia bien poco había sido una población bulliciosa. Ahora totalmente en silencio, más bien parecía un cementerio de bastas dimensiones y descuidado.

Se dispusieron a recorrer la calle mayor con cautela, las escopetas de dos cañones preparadas y amartilladas para no perder tiempo si se encontraban con aquellos seres. Estaban orientadas hacia un punto indefinido. Sin perder de vista los comercios y casas bajas a las que se iban acercando para ir dejándolas atrás más tarde, se dirigían hacia el centro del pueblo. Lo único que podía escucharse era el ulular del viento que mecía los árboles haciendo que, de vez en cuando cayeran de sus copas, la nieve que las ramas más pequeñas ya no podían soportar por el peso y el vaivén del cierzo.

Las botas iban dejando huellas en la nieve poco profundas, de vez en cuando podían escuchar cómo se quebraban a su paso los trozos de hielo, por el peso que ejercían sobre el suelo las pisadas dadas con cautela. Había rastros del día anterior casi borradas por el viento, marcas de zapatos que se arrastraban, de todos los tamaños y formas.

Violeta estaba decidida a encaminar sus pasos hacia su casa para coger ropa, comida y las armas de caza que habían pertenecido a su difunto marido, fallecido dos años atrás, para después cargarlo todo en el todo terreno que descansaba desde hacía meses en el garaje y deponer su marcha dejándolo preparado para después dirigirse a casa de su hermana a pie junto a su hijo y así saber si había dejado alguna pista de donde podía encontrarse.

Al entrar en la casa por la parte trasera, les abofeteo el olor a cerrado y humedad. Recorrieron toda la vivienda con cautela para saber si podrían haber estado allí, o alguna otra cosa de aquellas que se movían contra toda ley física. Encontraron indicios tangibles de que así había sido. Esther, les había dejado una nota escrita en un folio en la nevera, aguantándola con un imán simulando un tomate. Con letra redonda y pulcra podía leerse:

Febrero de 2015

Por ahora seguimos vivas. No hemos salido del pueblo por qué Alba está tan asustada que he preferido permanecer escondidas durante todo este tiempo. Sus ocho años no le permiten entender que es lo que está pasando, creo que nadie lo entiende. Me he decidido ir a casa de los Gavaldá. Como sabes, tienen un buen sótano y buen aprovisionamiento de comida en conserva casera.

Espero que Ángel y tú estéis bien, si no sé nada de vosotros tengo la intención de dirigirme a las montañas el mes que viene para intentar encontraros, ya que en el pueblo se que no estáis, ni vivos ni muertos.

Os dejaré una nota en casa de los Gavaldá, diciendo a dónde nos dirigimos.

Cuidaos mucho.

Os quiero.

Esther.

A Violeta le temblaban las manos mientras leía la nota. Cuando acabó, por sus mejillas resbalaron lágrimas de alivio. Hacia menos de un mes que su hermana había dejado esa misiva en la nevera y le daba esperanzas de que aún estuvieran con vida. Al levantar la vista para darle la noticia a su hijo, pudo observar que había estado allí plantado esperando que ella acabara de leer, durante todo el tiempo apoyado en la encimera de la cocina.

—Están vivas… por-por lo menos hace un mes lo estaban— dijo tartamudeando y entregándole la nota para que pudiera leerla.

El muchacho la leyó con rapidez y mirando a su madre dijo:

—Vayámonos de aquí, no me siento seguro.

Su madre afirmó con la cabeza, saliendo por la puerta principal con cautela mirando hacia todos lados. Se dirigieron a casa de los vecinos que les había dicho Esther, sin tener ningún contratiempo por el camino.

Hacía cuatro días que no había caído una nevada. Al aproximarse a la casa vieron que el terreno de alrededor tenia cientos de pisadas, la actividad había sido frenética fuera de la vivienda y parecía que no hacía mucho tiempo de ello, ya que la nieve que se  acumulaba alrededor era escasa y el paso de esos seres había hecho que se tornara barro, dejando un claro rastro de hacia dónde se habían encaminado.

Ángel siguió las pisadas que le enviaron a la parte trasera de la casa, donde pudo ver la ventana de la cocina totalmente tapiada con tablones. Intentó forzar la puerta, pero al no ceder a sus envites, supuso que se hallaba obstaculizada por dentro. Su madre intentó arrancar los tablones que bloqueaban el ventanal con las manos desnudas sin mucho éxito. Ángel se dio cuenta que necesitarían algo para hacer palanca si deseaban entrar en la casa. Echó un vistazo alrededor viendo que, en la otra punta del patio había una pala medio oculta por la nieve. Se dirigió para hacerse con ella y cuando llegó a la ventana solo tuvo que hacer un par de intentos para desclavar uno de los tablones, dándoles el suficiente espacio para pasar al interior.

Cuando estuvieron dentro las sombras lo invadían todo, solo entraba la poca luz del ventanal que no ayudaba mucho. El hedor a muerto inundaba sus fosas nasales. Violeta, sacó con rapidez la linterna que llevaba en uno de sus bolsillos del abrigo y dirigiendo la luz hacia delante, pudo ver tres cuerpos en el suelo del pasillo, que conducía hacia la parte delantera de la casa. La puerta estaba parcialmente bloqueada y una de las ventanas del comedor totalmente rota, el marco lleno de sangre coagulada. Podía diferenciarse la de aquellos monstruos a la de un ser vivo. La de los seres era negra y muy espesa, la otra se notaba que era de una persona viva por el reguero que había en el suelo y en el marco, saliendo por la ventana y dejando un rastro por el  jardín acabando con un charco de sangre y trozos de carne humana en el suelo.

Violeta, apretó los ojos para apartar de ella aquella visión. Su hijo al llegar a la altura de su madre, pudo ver lo mismo, abrazándola por detrás para intentar consolarse y consolarla al mismo tiempo, haciendo que su madre se sobresaltara girándose hacia él y propinándole con la linterna un golpe en la ceja y abriéndosela.

Ángel se tocaba la parte derecha de la cabeza incrédulo, mirando el guante ensangrentado y dirigiendo su vista hacia su madre para después volver a su mano. Violeta al darse cuenta de lo que había hecho, se dirigió hacia su hijo para poder ver la herida.

— ¡Dios mío! Lo siento hijo, no sabía que eras tú—dijo en un susurro— Deja que te limpie, miraré si hay algo por aquí para poder curarte esa herida.

—Déjalo mamá, no pasa nada. Tenemos que irnos de aquí y seguir esas huellas para saber donde está tía Esther, después ya tendremos tiempo de que mires lo que me has hecho—dijo con tono de reproche.

Era casi mediodía cuando llegaron a la salida del pueblo y entraron en un almacén de semillas, había una puerta abierta de par en par donde había saltado el marco por el envite de algo que se encontraba fuera. En mitad de la habitación podía verse un charco de sangre casi seca desde el borde hasta el centro, no debía de tener más de dos días, ya que en el núcleo aun podía verse que estaba húmeda. Encima de lo que había servido tiempo atrás de mesa, había una libreta y en su tapa podía leerse:

Para  mí querida hermana y sobrino

De Esther

Violeta cogió la libreta y la estrechó contra su pecho como si fuera el último legado de su hermana. Empezó a leer las primeras letras con los ojos llorosos, viendo como las líneas se entrelazaban subiendo y bajando como si tuvieran vida propia. Ángel mientras su madre se había perdido en  la oficina, estuvo mirando el almacén de arriba abajo. Sabía que aquellos seres eran más activos de noche, pero podían esconderse en cualquier agujero para salir si veían presas a las que poder hincar el diente.

Mientras tanto su madre volvió a cerrar la libreta sin atreverse a leer, lo que hizo fue quitarse las lágrimas que querían salir de sus ojos, como si fueran a dar el pistoletazo de salida a la desesperación de su hermana. No quería saber, pero al mismo tiempo quería desesperadamente que aquellas letras le dijeran donde estaba su hermana.

Volvió a abrirla no sin antes suspirar profundamente, sentándose encima de la mesa y empezando a leer.

                                                                                        
Primer día, Marzo 2015

Hermana si llegas a leer esto quiero que sepas que en todo este tiempo no he parado de pensar en vosotros y como encontraros. Alba, cuando empezó el invierno se puso enferma y tuvimos que quedarnos aquí, primero por miedo y después por su salud. Pensé que estando en el pueblo podía hacer que mejorara, ya que las incursiones a la farmacia sirvieron y mucho.

Hemos estado escondidas durante muchos meses por todas las casas del pueblo, hasta que decidí ir a la tuya y dejarte la nota en la nevera. Si estás leyendo esto es que me has encontrado de una manera u otra.

Antes de contarte nada más quiero que sepas que lo intenté todo, para mantenernos a salvo y poder encontraros. Que todos mis pensamientos se centraban en mantener a mi hija con vida…He tenido que enfrentarme a esas cosas, gente que conocíamos de toda la vida que ha intentado matarnos para poder alimentarse de nuestros cuerpos. Es asqueroso. He visto a muy poca gente viva, se esconden igual que nosotras, y cada vez veo a menos, supongo que deben de estar yéndose del pueblo, o bien uniéndose a las filas de muertos vivientes.

Alba, ya está mucho mejor y tenemos previsto salir de este infierno dentro de una semana, si todo va bien, nos encontraremos muy pronto

                                                                                               Segundo día, Marzo 2015

Hoy ha amanecido un día esplendido, Alba y yo estamos contentas pues estamos haciendo los preparativos para poder marchar a las montañas. Tu sobrina está mucho mejor y ya no tiene esa tos tan fea que nos ha tenido con el alma en vilo, durante noches para que no nos oyeran esas cosas.

                                                                                                 Tercer día, Marzo 2015

Empiezo a sentirme aliviada, Alba ya está perfectamente y mañana si todo va bien partiremos para siempre de este pueblo para no volver jamás. Hermanita ¿te das cuenta que no sé en qué día vivo? Yo, la posesa del control…

Violeta, al leer las últimas líneas sonrió, percibiendo el optimismo y pasando sus dedos por los trazos que su hermana había dejado escritos y siguió leyendo.

Alba, no ha parado de preguntar durante todo este tiempo por Ángel, tiene muchísimas ganas de encontrarse con él, lo echa mucho de menos. Estoy convencida de que ya nos queda muy poco para poder estar todos reunidos.

 Más tarde, Marzo 2015

Violeta, como has podido comprobar no me he parado a contar detalles, ya que supongo que sobradamente los conoces. Debes de estar pasando por lo mismo que nosotras. Aquí en casa de los Gavaldá, empieza a no ser seguro y tenemos que ponernos en marcha antes de lo previsto. Tenemos que irnos, ya seguiré escribiendo más tarde.

Ángel se acercó a su madre, después de revisar el almacén por tercera vez. La estaba observando y viendo que se hallaba tan enfrascada en la lectura, sin darse cuenta qué él se encontraba a menos de dos metros de ella, optando por darle el espacio que en ese momento estaba reclamando en silencio, no la molestó para decirle que estaban seguros donde estaban. Para ella solo existía el aquí y ahora y esa especie de diario que estaba leyendo.

El instinto de Violeta se había desarrollado durante todos esos meses y su hijo creyendo que no se había dado cuenta de que él estaba presente, levantó la vista viéndolo allí, esperando que le diera noticias.

—Todo va bien cariño, por ahora todo va bien—dijo automáticamente para no preocupar a su hijo y cerrando la libreta.

— ¿Y toda esa sangre, de quién es?—preguntó escéptico.

—Puede ser de cualquiera.

— O eso es lo que prefieres pensar—dijo con tristeza.

Violeta, dando un suspiro y acariciando inconscientemente la tapa del diario, miró a su hijo y pensó lo que iba a decirle. Optó por acercarse a él y hablarle con sinceridad, dejando la libreta en la mesa en la que hacía unos segundos estaba sentada, con una delicadeza infinita.

Ángel al ver aquel gesto pensó, en como podía ser posible que una mujer, mejor dicho, su madre que no pesaba más de cuarenta y cinco kilos y media 1,60 podía tener dos extremos tan marcados, la delicadeza y la brutalidad, está última se la había demostrado con aquellos seres. Entonces supo que su madre haría todo lo que estuviera en su mano para protegerlo, lo había estado haciendo durante aquellos nueve meses, había luchado por él cómo las leonas protegiendo a sus cachorros. Cuando la tuvo delante solo tuvo el impulso de abrazarla con fuerza y susurrándole al oído le dijo:

—Tú has sido, más fuerte, más lista y más decidida que tía Esther. Violeta, lo apartó de si con delicadeza, mirándole a los ojos y acariciando una de sus mejillas.

—Deja que termine de leer el diario de mi hermana y sabremos qué ha pasado ¿de acuerdo?

Ángel asintió, quedándole una sensación de vacío y perdida. Violeta tomó de nuevo entre sus manos la libreta y continúo leyendo.

                                                                                                Cuarto día, Marzo 2015

Hubo un tiempo en que había creído tenerlo todo, un hogar, familia, posición, y sobre todo una seguridad y un futuro predecible, pero de eso ya hace mucho tiempo. Ahora lo único que existe es el hambre, la enfermedad, la lucha y la muerte.

Todo lo que estaba bien, ahora está mal. Mi vida a partir de ahora sé que será corta y cruel. Tengo el convencimiento que mi destino no es luchar ni sobrevivir si no sucumbir, pues ya no me queda nada…

La previsión de escapar de esta locura, ahora es imposible. Estuvimos tres días sitiadas y Alba…ella, no he podido hacer nada. Ni siquiera sé por dónde pudieron entrar. Pude matar a tres de esas cosas, pero llegue tarde, ya la habían mordido. Intentamos escapar por la ventana pero fuera había más y más de esas cosas.

Si puedo estar escribiendo esto… es porque mientras estaban entretenidos con ella pude huir, no sin antes intentar arrebatársela, como ellos habían hecho anteriormente conmigo, pero no pude, por cada uno de ellos que mataba salían dos más. Lo último que pude escuchar de sus labios me torturara hasta el último día de mi vida.

¡Mamá, mamá corre, corre! Que yo no pueda encontrarte. Ella sabía que volvería, tenía el convencimiento que se convertiría en una de esas cosas, comprendiendo yo  al fin que mi pequeña, de alguna manera sabía lo que les sucedía a la gente que moría por causas naturales o a manos de esos monstruos.

Violeta en ese punto alzó la vista mirando al infinito, sus ojos estaban vacios y fue entonces cuando lanzando la libreta al rincón más apartado de la habitación, gritó con desesperación.

Ángel entró en la oficina con la cara desencajada por el susto al oír a su madre gritar como si la estuvieran matando. Vio que estaba totalmente sola y la libreta que tenía en las manos se hallaba ahora en la otra punta de la habitación, habiendo quedado abierta mostrando solo hojas en blanco. Mirando a su madre la recogió del suelo. Violeta parecía una estatua, mirando la punta de sus botas sin mover ni un solo músculo de su cuerpo.

Ángel, empezó a leer las últimas páginas, sin perder de vista a su madre.

Llevo días sola, sin poder hacer ruido, estoy aquí encerrada esperando mi destino. Cada vez más dispuesta a encontrarme con los míos. Mi cabeza ya no piensa y mi corazón está vacío.

Soy consciente de que cuando den conmigo, se que esa puerta no resistirá sus envites. Ya están cerca, los oigo y los huelo. Ya veo la puerta entreabierta, ya no hay escondites…

Ángel prefirió dejar de leer y cogiendo a su madre de la mano, salieron del almacén para dirigirse a la que había sido su antigua casa. Violeta, al llegar a su casa decidió que Ángel recogiera todo lo que habían preparado para cargar en el coche, dejando que se encargara de colocar las pertenencias en el asiento de atrás, mientras ella lo observaba desde los escalones del garaje. Pensando en su hermana decidió que no podía permitirse el lujo de estar de luto, ya que su hijo la necesitaba, ahora más que nunca. Con esa determinación se puso al volante del todo terreno y saliendo del pueblo dejó que sus sentimientos se quedaran allí para siempre con su familia. Sin mirar atrás, estuvo convencida que no volvería jamás.

Violeta, pensaba hacia dónde dirigirse, mientras tanto Ángel, cogiendo la libreta de su tía acabó leyendo lo que quedaba. Solo eran cuatro líneas, que le marcaron para el resto de su vida. Decía lo siguiente:

Ellos entran en tropel,
ya no me importa nada.
Mi muerte será cruel,
porque la primera... es Alba.

 

martes, 26 de febrero de 2013

RELATO DE TERROR

PADRE
 




 

Cuando nació Samuel fue una bendición para sus padres y toda la familia. Samuel había sido un hijo muy deseado, después de varios años e intentos fallidos. Cuando los tratamientos a los que se había sometido su madre por fin dieron fruto el resultado no hubiese podido ser mejor. Un hermoso niño de más de cuatro kilos y una cara angelical.

Cuando aprendió a caminar sus pasos resonaban en toda la casa, las risas de sus padres acompañaban a esos zapatitos como si fueran campanillas. Los juguetes — demasiados para un niño de tan corta edad— iban y venían por todas las habitaciones. Resonaban haciendo saber en cada momento dónde se encontraba él.

Era muy espabilado para su edad y con cuatro años empezó a dibujar con sus lápices de colores todo lo que sus ojitos veían o sus oídos escuchaban Al principio fueron garabatos con miles de colores. Después flores y valles verdes, caballos que parecían gatos y gatos que parecían caballos, ríos sin fin desbordándose por la hoja de papel, y soles que parecían que con sus sonrisas iluminaran la habitación llenándola de luz.

Ahora Samuel contaba con siete años, su habitación había cambiado con él. Dónde tiempo atrás había habido una cuna, se hallaba su cama, en las paredes ya no había dibujos para bebés. Ahora estaban los dibujos de sus cómics favoritos. Seguía dibujando, pero no con la alegría de uno tiempo  atrás. Todo empezó cuando vio por primera vez  dibujos e inscripciones extrañas que no entendía en sus cuadernos de dibujos. Predominaban los colores negros y rojos, sabía que no los había escrito ni dibujado. Sus padres menos aún ya que nunca tuvieron la destreza que el poseía.

A medida que pasaban los días y se fueron sucediendo por  meses, el carácter de Samuel fue “envejeciendo”, se volvió huraño y hostil con la gente que más le quería. Empezó a encerrarse en su habitación y a hablar solo. O, eso pensaban sus padres.

Su madre empezó a preocuparse. Su padre solo decía que eran cosas de niño, pero ella estaba convencida de que algo pasaba. Cuando una de las muchas noches que su madre estaba despierta por el insomnio de la preocupación, pudo ver por debajo de la puerta de la alcoba de su hijo una luz de color rojo intenso y, escuchar dos voces. Acercó el oído y escuchó a su hijo decir:

— ¿Y todo será mío? Y a continuación una risa brutal e inhumana, con matices de amor hacía el pequeño, estalló en cuarto de su hijo.

Tapándose la boca para frenar un gemido, la madre de Samuel se quedó paralizada ante el horror de pensar que alguien se había colado en la habitación de su pequeño.

No tuvo tiempo de más, ya que de golpe se abrió la puerta y con horror pudo ver a su hijo sonriendo, abrazado a un ser indescriptible salido de las mismísimas entrañas de la tierra.

— Mamá no te asustes, el nos protegerá, nos dará todo lo que deseemos, pues él es mi verdadero padre.

 

viernes, 22 de febrero de 2013

 
LA PUERTA
 
 



El día había amanecido espléndido. Eran las diez de la mañana de un típico domingo de invierno soleado, que hacía olvidar el frío de la noche e invitaba a buscar los tímidos rayos de sol entre las callejuelas del centro de la ciudad.

En La Rambla era todo bullicio, los camareros de los bares y restaurantes del paseo aprovechaban para montar sus terrazas, afanados en colocar las estufas verticales para no perder clientela. Las casetas de las flores habían sacado ya la mercancía que le da ese olor característico al paseo. Los quioscos estaban repletos de críos pidiendo mil chucherías y juguetes; mientras sus padres compraban las revistas y periódicos con sus suplementos dominicales.

Los pintores callejeros ultimaban sus tizas de colores para poder pintar en el suelo y aunque sus pinturas eran efímeras, a los viandantes, tanto vernáculos como foráneos no les dejaban indiferentes.

Ana, lo observaba todo como si fuera la primera vez que vagaba por el paseo. El ambiente festivo que se respiraba la invitaba a seguir deambulando de arriba abajo. Incluso dejó un par de monedas a las estatuas vivientes al pasar delante de ellas, después de admirar durante unos minutos su inmovilidad.

Sus pasos se dirigían hacia el final de las ramblas casi llegando al monumento a Colón, donde estaban los tenderetes de artesanía y baratijas que es lo que realmente le había llevado a levantarse esa mañana. Antes de llegar se encontró con un par de "trileros" y sus cajas de cartón haciendo a la vez de mesa y jugando con tres tapones y un garbanzo.

En ese momento había dos parejas de extranjeros, ideales para caer en la típica picaresca. Ana se mantuvo al margen, observando como los incautos turistas eran desplumados

Casi invisible entre la gente, vio algo que le llamó la atención. Una mujer de mediana edad, vestida con una túnica de un color indefinido, la miraba sonriente. Sobre una mesa de camping cubierta por una tela negra, tenía una bola de cristal rodeada de incienso, le invitaba a acercarse

Miró a la vidente y ella le hizo un gesto con la cabeza para que tomara asiento. No muy convencida acepto la invitación. Era como si alguien la estuviera empujando con suavidad.

– ¡Dame la mano! – le dijo, extendiendo la suya.

Ana, totalmente ajena al control de su propio cuerpo, se la ofreció sin ninguna resistencia.

La mujer empezó a parlotear alegre hablándole de trabajo dinero y de amor, Ana al escucharla se pudo relajar dándose cuenta de lo tensa que había estado. Los dedos de la pitonisa iban pasando por encima de cada una de las líneas dibujadas en la palma de la mano, como si estuviera leyendo en braille, de vez en cuando se paraba y cerraba los ojos como si no pudiera ver bien lo que tenía delante, para luego seguir hablando de todo lo que veía.

Ana se sobresaltó cuando vio a la mujer dar un respingo casi imperceptible.
– ¿Ocurre algo? – La voz parecía un graznido.
– No, no pasa nada – contestó poniendo la mejor de sus caras, pero había visto algo... raro.
Ana no se quedó conforme y la instó a que le dijera lo que había visto para quedarse tranquila.
– Hay veces que las personas no están preparadas para escuchar según qué cosas. Solo puedo decirte que esta noche alguien vendrá a hacerte una visita a tu casa. Son 10 €.

Así de rápido zanjó el tema. Ana como si fuera una autómata, abrió su bolso y saco de el, un pequeño monedero y le ofreció el billete doblado en cuatro partes. La mujer lo cogió y se lo guardó en el escote.

Esa noche no durmió bien, tuvo sueños agitados y se levantó cansada. No hubo visita esa noche, tal como le vaticino la vidente. El día transcurrió normal, acudió a su trabajo como todos los días desde hacía cuatro años e hizo su vida sin ningún sobresalto, ni siquiera se acordó de la mujer que le había leído las manos hasta que llegó a casa cuando las luces del día, ya se habían apagado. Estuvo esperando hasta media noche a que sonara el timbre de la puerta guardando la llegada de alguien, pero nadie llegó.

Se metió en la cama, estaba agotada y se durmió.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, cuando se despertó sobresaltada al escuchar un ruido dentro de la habitación. Encendió la luz de la mesita de noche y se levanto de la cama de un salto, le había parecido ver un destello de un color anaranjado extinguiéndose en la pared que tenía delante. Miró a su alrededor sin ver absolutamente nada. Recorrió toda la casa, porque tenía la sensación de que alguien se había colado dentro, pero no halló nada ni a nadie, y se tranquilizó. Seguramente había soñado con aquel ruido y su cerebro lo traslado a la realidad de su habitación.

Se volvió a dormir y está vez profundamente, tan profundamente que cuando sintió un peso encima de su cama, no pudo despertar por más que lo intentó. El somier junto con el colchón no estaba acostumbrado a aquel peso añadido y empezó a crujir toda la cama. Notaba como algo subía desde los pies de la cama, era como si alguien estuviera gateando hacia ella, notaba como... ¿unas manos? hundían los lados donde tenía las piernas y esas manos llegaron a su costado y ahora notaba ¿unas piernas? al lado de las suyas aplastando todo el contorno de la cama donde se encontraba su cuerpo. Intento chillar con todas sus fuerzas, pero de su garganta solo salió un gemido.

Parecía que alguien o algo estuvieran controlando su sueño. Al pensar/soñar en que la estaban controlando desde lo más profundo de su ser, empezó a nacer un grito casi primitivo que estaba llegando a rozar la locura. Se oyó gritar. Ese mismo grito fue el que la saco de su fase inconsciente a la consciente.

Su corazón estaba totalmente desbocado, el sudor frío le recorría la espalda y le perlaba la frente, seguía sintiendo una presencia. El sueño había sido muy real y no podía quitarse la sensación que aún notaba en su cuerpo; que alguien había estado tocándola a través de las mantas de la cama.

Tardó en volverse a dormir, cuando lo hizo eran las tres de la mañana. Dicen que es la hora infame, la opuesta a la que murió Jesucristo.

Esta vez no notó nada encima de su cama, si no, como algo la arrastraba hacia el suelo tirando de sus pies. Abrió los ojos y lo que pudo ver le heló el corazón. En su propia habitación se abría un abismo de fuego donde antes había estado la pared. El color rojo iluminaba toda la habitación y pudo vislumbrar una silueta oscura tan grande que tenía que estar encorvada, ya que la altura del techo no tenía la envergadura de aquel ser.

Sonó el despertador, eran las siete de la mañana y la luz empezaba a colarse por la ventana. Se despertó en el suelo aterida de frío. Esta vez sabía que no había sido un sueño. Alguien o, algo abrió una puerta que llevaba, mucho tiempo cerrada y esta vez le había tocado a ella, sin saber con qué intención ni por qué. Solo pudo pensar que cuando llegara la noche tendría que volver a dormir. Lo que fuera que había estado en su habitación, regresaría a por ella y esta vez no habría sonido de despertador ni luz del día.

El domingo próximo la pitonisa irradiaría un color naranja imperceptible para el ojo humano atrayendo —sin ellas saberlo— a cualquier mujer sola, como la miel a las moscas esperando a su siguiente víctima.