sábado, 19 de octubre de 2013

EL PRIMER INVIERNO
 



Creía tener unas manos fuertes,
tan fuertes como cadenas,
sirvieron de bien poco.

Y esa, ahora es mi condena.

 

 

El invierno había sido duro. La nieve había empezado a derretirse, haciendo mucho más practicable avanzar por los senderos que se habían ido formando tiempo atrás por el trasiego de vecinos y excursionistas. El bosque siempre había sido una fuente de recursos para la villa de una forma u otra, bien por los montañeros que acababan bajando al pueblo para hacer sus compras o para los propios vecinos, pudiéndose abastecer de setas, bayas, y todo tipo de plantas aromáticas y hierbas medicinales para después venderlas a los turistas.

Para Ángel y su madre, la montaña era ahora su hogar. Durante la larga estación invernal, habían estado escondiéndose de los seres que meses atrás habían ido adueñándose del pueblo, evitándolos todo cuanto pudieron, y teniendo que enfrentare a ellos muy de tanto en tanto ya que conocían como la palma de su mano los bosques que durante todo ese tiempo los habían acogido, pudiendo sortearlos a todos ellos durante meses.

Sin haberse cruzado con un alma durante toda la estación, cuando en el pueblo empezó a escasear la materia prima fresca, los cuerpos sin vida que lo habitaban empezaron a buscar nuevas fuentes de alimentación, empezando a llegar en grupos para corromper con su presencia, la montaña.

Hacía nueve meses que se había declarado la mayor epidemia que hubiese conocido el hombre hasta ese momento. Las autoridades en un principio, no quisieron dar la importancia que supuso que los muertos se levantaran a las pocas horas de fallecer y así no alarmar a la población. Evidentemente eso fue una equivocación e hizo que la epidemia se propagara con mayor velocidad. A algunos solo les restaban unos pocos minutos, esos eran los menos. Cuando “resucitaban” atacaban a las personas que se hallaban a su alrededor, tanto daba si eran familiares, amigos o desconocidos, se los comían igual que las hienas a su presa.

Había sido una buena idea trasladarse a los bosques para eludir la epidemia impidiendo engrosar las filas de muertos vivientes. Ya no podían aplazar por más tiempo el conseguir comida, decidiendo regresar al punto de partida, el pueblo.

Las mochilas que llevaban a sus espaldas madre e hijo no pesaban, ya que las conservas que las habían llenado, fueron agotándose con el paso de los días y los meses, habiendo reemplazado durante todo ese tiempo sus reservas. Durante mucho tiempo estuvieron sin atreverse a bajar a ninguna de las poblaciones de los alrededores para no tener que lidiar con aquellos monstruos. Solo habían sido capaces de entrar en las pocas casas aisladas que iban encontrando para aprovisionarse de ropa y alimentos en lata, ya que la huida no había sido programada, habiendo escapado con lo puesto cuando se declaró la epidemia en el pueblo. Todo había ocurrido en junio, ahora encontrándose por fin en el mes de marzo podían ver un futuro algo menos salvaje y más esperanzador, creyendo que la mayoría de seres, había dejado de existir por el proceso natural de la descomposición de los cuerpos. Se equivocaban.

 Tanto Ángel, como su madre habían huido del caos in extremis, dejando atrás amigos y familia, convencidos de que si no habían sucumbido al desastre acabarían por encontrarse en algún momento.

Ahora hallándose en la falda de la montaña y habiendo dejado el escondite donde se sintieron seguros durante algún tiempo, se deleitaban con la panorámica del pueblo. El sol empezaba a salir de entre las nubes, tímido, acariciando los rostros de cada uno de ellos, haciéndoles sentir sensaciones y pensamientos distintos al observar, el que hasta entonces había sido su hogar, su ciudad y su pequeño mundo.

Parecía, que hasta el amanecer se ralentizara al ver la majestuosidad del valle en silencio. Las sombras de la noche acompañadas por los ruidos, muchas veces sin procedencia aparente, se retiraban a recodos que era preferible no averiguar donde se encontraban.

Violeta, con su gorro de punto y sus mitones raídos, miraba todo lo que le rodeaba fascinada. Durante unos segundos cerró los ojos y aspiró profundamente los aromas que el viento trasportaba de las montañas solo para ellos. El sentimiento de gratitud por un día más hacia su creador, le hizo coger una de las manos de su hijo apretándola con fuerza y, mirándole a los ojos, sonrió con esperanza. Ángel al notarse sujeto escudriñó a su madre, viendo en sus ojos una serenidad que hacía meses que no veía y, devolviéndole la sonrisa, tornó a echar un vistazo hacia el valle, dándole el valor que en otra situación no hubiera tenido para preguntar.

— ¿Crees que por fin todo ha acabado, qué puede que aún haya alguien vivo en el pueblo?

Violeta, incómoda por la inesperada interrogación del adolescente, soltándole la mano y colocándose la mochila, apretó la cincha de la hebilla ajustándola a la cintura sin tener ninguna necesidad de hacerlo, dándose así un tiempo para pensar lo que iba a decir.

—No lo sé cariño, es algo que tenemos que averiguar. Éramos más de treinta mil habitantes ahí abajo, por eso mismo estoy segura de que alguien debe de quedar vivo escondido en alguna parte.

— ¿Es posible que tía Esther y Alba pudieran entonces… estar escondidas o qué hubieran huido como nosotros a las montañas?

— ¡Claro que sí! ¿Qué te hace pensar lo contrario?—dijo Violeta convencida de que su hermana y su sobrina, habían escapado a la locura que se había desatado en sus vidas. Sin esperar respuesta siguió hablando—. Esther, sabe perfectamente que aún siendo la pequeña de las hermanas, siempre ha sido la más lista, la más fuerte y sobre todo la más decidida de las dos. No te preocupes por ellas. La pequeña Alba, seguro que está bien, igual que tu tía, habrá sabido cuidar perfectamente de su hija. Evidentemente lo habrá hecho mucho mejor, que yo contigo. Solo hace falta echarte un vistazo, estas hecho un asco—acabó diciendo dándole un pequeño puñetazo cariñoso en el hombro, para relajar la conversación.

—Mamá… lo has hecho muy bien—dijo el muchacho acercándose a su madre y besándola en la mejilla, sin poder evitar pensar que durante todo aquel tiempo que habían permanecido en las montañas no se habían encontrado con ningún ser vivo.

— ¡Anda vamos! Antes de que acabe de salir el sol deberíamos acercarnos todo lo que podamos, para descubrir cómo está el pueblo e intentar averiguar si podremos encontrar comida, ropa y sobre todo, buscar a tu tía y a tu prima. ¿Llevas la escopeta cargada? —dijo mirando la suya propia y palpándose los bolsillos del abrigo dos tallas más grande, para asegurarse que la munición seguía donde la había dejado. El chico de dieciséis años levantó su dedo pulgar enguantado, dándole la afirmación que buscaba su madre.

Les llevó más de dos horas llegar hasta la entrada de lo que hasta hacia bien poco había sido una población bulliciosa. Ahora totalmente en silencio, más bien parecía un cementerio de bastas dimensiones y descuidado.

Se dispusieron a recorrer la calle mayor con cautela, las escopetas de dos cañones preparadas y amartilladas para no perder tiempo si se encontraban con aquellos seres. Estaban orientadas hacia un punto indefinido. Sin perder de vista los comercios y casas bajas a las que se iban acercando para ir dejándolas atrás más tarde, se dirigían hacia el centro del pueblo. Lo único que podía escucharse era el ulular del viento que mecía los árboles haciendo que, de vez en cuando cayeran de sus copas, la nieve que las ramas más pequeñas ya no podían soportar por el peso y el vaivén del cierzo.

Las botas iban dejando huellas en la nieve poco profundas, de vez en cuando podían escuchar cómo se quebraban a su paso los trozos de hielo, por el peso que ejercían sobre el suelo las pisadas dadas con cautela. Había rastros del día anterior casi borradas por el viento, marcas de zapatos que se arrastraban, de todos los tamaños y formas.

Violeta estaba decidida a encaminar sus pasos hacia su casa para coger ropa, comida y las armas de caza que habían pertenecido a su difunto marido, fallecido dos años atrás, para después cargarlo todo en el todo terreno que descansaba desde hacía meses en el garaje y deponer su marcha dejándolo preparado para después dirigirse a casa de su hermana a pie junto a su hijo y así saber si había dejado alguna pista de donde podía encontrarse.

Al entrar en la casa por la parte trasera, les abofeteo el olor a cerrado y humedad. Recorrieron toda la vivienda con cautela para saber si podrían haber estado allí, o alguna otra cosa de aquellas que se movían contra toda ley física. Encontraron indicios tangibles de que así había sido. Esther, les había dejado una nota escrita en un folio en la nevera, aguantándola con un imán simulando un tomate. Con letra redonda y pulcra podía leerse:

Febrero de 2015

Por ahora seguimos vivas. No hemos salido del pueblo por qué Alba está tan asustada que he preferido permanecer escondidas durante todo este tiempo. Sus ocho años no le permiten entender que es lo que está pasando, creo que nadie lo entiende. Me he decidido ir a casa de los Gavaldá. Como sabes, tienen un buen sótano y buen aprovisionamiento de comida en conserva casera.

Espero que Ángel y tú estéis bien, si no sé nada de vosotros tengo la intención de dirigirme a las montañas el mes que viene para intentar encontraros, ya que en el pueblo se que no estáis, ni vivos ni muertos.

Os dejaré una nota en casa de los Gavaldá, diciendo a dónde nos dirigimos.

Cuidaos mucho.

Os quiero.

Esther.

A Violeta le temblaban las manos mientras leía la nota. Cuando acabó, por sus mejillas resbalaron lágrimas de alivio. Hacia menos de un mes que su hermana había dejado esa misiva en la nevera y le daba esperanzas de que aún estuvieran con vida. Al levantar la vista para darle la noticia a su hijo, pudo observar que había estado allí plantado esperando que ella acabara de leer, durante todo el tiempo apoyado en la encimera de la cocina.

—Están vivas… por-por lo menos hace un mes lo estaban— dijo tartamudeando y entregándole la nota para que pudiera leerla.

El muchacho la leyó con rapidez y mirando a su madre dijo:

—Vayámonos de aquí, no me siento seguro.

Su madre afirmó con la cabeza, saliendo por la puerta principal con cautela mirando hacia todos lados. Se dirigieron a casa de los vecinos que les había dicho Esther, sin tener ningún contratiempo por el camino.

Hacía cuatro días que no había caído una nevada. Al aproximarse a la casa vieron que el terreno de alrededor tenia cientos de pisadas, la actividad había sido frenética fuera de la vivienda y parecía que no hacía mucho tiempo de ello, ya que la nieve que se  acumulaba alrededor era escasa y el paso de esos seres había hecho que se tornara barro, dejando un claro rastro de hacia dónde se habían encaminado.

Ángel siguió las pisadas que le enviaron a la parte trasera de la casa, donde pudo ver la ventana de la cocina totalmente tapiada con tablones. Intentó forzar la puerta, pero al no ceder a sus envites, supuso que se hallaba obstaculizada por dentro. Su madre intentó arrancar los tablones que bloqueaban el ventanal con las manos desnudas sin mucho éxito. Ángel se dio cuenta que necesitarían algo para hacer palanca si deseaban entrar en la casa. Echó un vistazo alrededor viendo que, en la otra punta del patio había una pala medio oculta por la nieve. Se dirigió para hacerse con ella y cuando llegó a la ventana solo tuvo que hacer un par de intentos para desclavar uno de los tablones, dándoles el suficiente espacio para pasar al interior.

Cuando estuvieron dentro las sombras lo invadían todo, solo entraba la poca luz del ventanal que no ayudaba mucho. El hedor a muerto inundaba sus fosas nasales. Violeta, sacó con rapidez la linterna que llevaba en uno de sus bolsillos del abrigo y dirigiendo la luz hacia delante, pudo ver tres cuerpos en el suelo del pasillo, que conducía hacia la parte delantera de la casa. La puerta estaba parcialmente bloqueada y una de las ventanas del comedor totalmente rota, el marco lleno de sangre coagulada. Podía diferenciarse la de aquellos monstruos a la de un ser vivo. La de los seres era negra y muy espesa, la otra se notaba que era de una persona viva por el reguero que había en el suelo y en el marco, saliendo por la ventana y dejando un rastro por el  jardín acabando con un charco de sangre y trozos de carne humana en el suelo.

Violeta, apretó los ojos para apartar de ella aquella visión. Su hijo al llegar a la altura de su madre, pudo ver lo mismo, abrazándola por detrás para intentar consolarse y consolarla al mismo tiempo, haciendo que su madre se sobresaltara girándose hacia él y propinándole con la linterna un golpe en la ceja y abriéndosela.

Ángel se tocaba la parte derecha de la cabeza incrédulo, mirando el guante ensangrentado y dirigiendo su vista hacia su madre para después volver a su mano. Violeta al darse cuenta de lo que había hecho, se dirigió hacia su hijo para poder ver la herida.

— ¡Dios mío! Lo siento hijo, no sabía que eras tú—dijo en un susurro— Deja que te limpie, miraré si hay algo por aquí para poder curarte esa herida.

—Déjalo mamá, no pasa nada. Tenemos que irnos de aquí y seguir esas huellas para saber donde está tía Esther, después ya tendremos tiempo de que mires lo que me has hecho—dijo con tono de reproche.

Era casi mediodía cuando llegaron a la salida del pueblo y entraron en un almacén de semillas, había una puerta abierta de par en par donde había saltado el marco por el envite de algo que se encontraba fuera. En mitad de la habitación podía verse un charco de sangre casi seca desde el borde hasta el centro, no debía de tener más de dos días, ya que en el núcleo aun podía verse que estaba húmeda. Encima de lo que había servido tiempo atrás de mesa, había una libreta y en su tapa podía leerse:

Para  mí querida hermana y sobrino

De Esther

Violeta cogió la libreta y la estrechó contra su pecho como si fuera el último legado de su hermana. Empezó a leer las primeras letras con los ojos llorosos, viendo como las líneas se entrelazaban subiendo y bajando como si tuvieran vida propia. Ángel mientras su madre se había perdido en  la oficina, estuvo mirando el almacén de arriba abajo. Sabía que aquellos seres eran más activos de noche, pero podían esconderse en cualquier agujero para salir si veían presas a las que poder hincar el diente.

Mientras tanto su madre volvió a cerrar la libreta sin atreverse a leer, lo que hizo fue quitarse las lágrimas que querían salir de sus ojos, como si fueran a dar el pistoletazo de salida a la desesperación de su hermana. No quería saber, pero al mismo tiempo quería desesperadamente que aquellas letras le dijeran donde estaba su hermana.

Volvió a abrirla no sin antes suspirar profundamente, sentándose encima de la mesa y empezando a leer.

                                                                                        
Primer día, Marzo 2015

Hermana si llegas a leer esto quiero que sepas que en todo este tiempo no he parado de pensar en vosotros y como encontraros. Alba, cuando empezó el invierno se puso enferma y tuvimos que quedarnos aquí, primero por miedo y después por su salud. Pensé que estando en el pueblo podía hacer que mejorara, ya que las incursiones a la farmacia sirvieron y mucho.

Hemos estado escondidas durante muchos meses por todas las casas del pueblo, hasta que decidí ir a la tuya y dejarte la nota en la nevera. Si estás leyendo esto es que me has encontrado de una manera u otra.

Antes de contarte nada más quiero que sepas que lo intenté todo, para mantenernos a salvo y poder encontraros. Que todos mis pensamientos se centraban en mantener a mi hija con vida…He tenido que enfrentarme a esas cosas, gente que conocíamos de toda la vida que ha intentado matarnos para poder alimentarse de nuestros cuerpos. Es asqueroso. He visto a muy poca gente viva, se esconden igual que nosotras, y cada vez veo a menos, supongo que deben de estar yéndose del pueblo, o bien uniéndose a las filas de muertos vivientes.

Alba, ya está mucho mejor y tenemos previsto salir de este infierno dentro de una semana, si todo va bien, nos encontraremos muy pronto

                                                                                               Segundo día, Marzo 2015

Hoy ha amanecido un día esplendido, Alba y yo estamos contentas pues estamos haciendo los preparativos para poder marchar a las montañas. Tu sobrina está mucho mejor y ya no tiene esa tos tan fea que nos ha tenido con el alma en vilo, durante noches para que no nos oyeran esas cosas.

                                                                                                 Tercer día, Marzo 2015

Empiezo a sentirme aliviada, Alba ya está perfectamente y mañana si todo va bien partiremos para siempre de este pueblo para no volver jamás. Hermanita ¿te das cuenta que no sé en qué día vivo? Yo, la posesa del control…

Violeta, al leer las últimas líneas sonrió, percibiendo el optimismo y pasando sus dedos por los trazos que su hermana había dejado escritos y siguió leyendo.

Alba, no ha parado de preguntar durante todo este tiempo por Ángel, tiene muchísimas ganas de encontrarse con él, lo echa mucho de menos. Estoy convencida de que ya nos queda muy poco para poder estar todos reunidos.

 Más tarde, Marzo 2015

Violeta, como has podido comprobar no me he parado a contar detalles, ya que supongo que sobradamente los conoces. Debes de estar pasando por lo mismo que nosotras. Aquí en casa de los Gavaldá, empieza a no ser seguro y tenemos que ponernos en marcha antes de lo previsto. Tenemos que irnos, ya seguiré escribiendo más tarde.

Ángel se acercó a su madre, después de revisar el almacén por tercera vez. La estaba observando y viendo que se hallaba tan enfrascada en la lectura, sin darse cuenta qué él se encontraba a menos de dos metros de ella, optando por darle el espacio que en ese momento estaba reclamando en silencio, no la molestó para decirle que estaban seguros donde estaban. Para ella solo existía el aquí y ahora y esa especie de diario que estaba leyendo.

El instinto de Violeta se había desarrollado durante todos esos meses y su hijo creyendo que no se había dado cuenta de que él estaba presente, levantó la vista viéndolo allí, esperando que le diera noticias.

—Todo va bien cariño, por ahora todo va bien—dijo automáticamente para no preocupar a su hijo y cerrando la libreta.

— ¿Y toda esa sangre, de quién es?—preguntó escéptico.

—Puede ser de cualquiera.

— O eso es lo que prefieres pensar—dijo con tristeza.

Violeta, dando un suspiro y acariciando inconscientemente la tapa del diario, miró a su hijo y pensó lo que iba a decirle. Optó por acercarse a él y hablarle con sinceridad, dejando la libreta en la mesa en la que hacía unos segundos estaba sentada, con una delicadeza infinita.

Ángel al ver aquel gesto pensó, en como podía ser posible que una mujer, mejor dicho, su madre que no pesaba más de cuarenta y cinco kilos y media 1,60 podía tener dos extremos tan marcados, la delicadeza y la brutalidad, está última se la había demostrado con aquellos seres. Entonces supo que su madre haría todo lo que estuviera en su mano para protegerlo, lo había estado haciendo durante aquellos nueve meses, había luchado por él cómo las leonas protegiendo a sus cachorros. Cuando la tuvo delante solo tuvo el impulso de abrazarla con fuerza y susurrándole al oído le dijo:

—Tú has sido, más fuerte, más lista y más decidida que tía Esther. Violeta, lo apartó de si con delicadeza, mirándole a los ojos y acariciando una de sus mejillas.

—Deja que termine de leer el diario de mi hermana y sabremos qué ha pasado ¿de acuerdo?

Ángel asintió, quedándole una sensación de vacío y perdida. Violeta tomó de nuevo entre sus manos la libreta y continúo leyendo.

                                                                                                Cuarto día, Marzo 2015

Hubo un tiempo en que había creído tenerlo todo, un hogar, familia, posición, y sobre todo una seguridad y un futuro predecible, pero de eso ya hace mucho tiempo. Ahora lo único que existe es el hambre, la enfermedad, la lucha y la muerte.

Todo lo que estaba bien, ahora está mal. Mi vida a partir de ahora sé que será corta y cruel. Tengo el convencimiento que mi destino no es luchar ni sobrevivir si no sucumbir, pues ya no me queda nada…

La previsión de escapar de esta locura, ahora es imposible. Estuvimos tres días sitiadas y Alba…ella, no he podido hacer nada. Ni siquiera sé por dónde pudieron entrar. Pude matar a tres de esas cosas, pero llegue tarde, ya la habían mordido. Intentamos escapar por la ventana pero fuera había más y más de esas cosas.

Si puedo estar escribiendo esto… es porque mientras estaban entretenidos con ella pude huir, no sin antes intentar arrebatársela, como ellos habían hecho anteriormente conmigo, pero no pude, por cada uno de ellos que mataba salían dos más. Lo último que pude escuchar de sus labios me torturara hasta el último día de mi vida.

¡Mamá, mamá corre, corre! Que yo no pueda encontrarte. Ella sabía que volvería, tenía el convencimiento que se convertiría en una de esas cosas, comprendiendo yo  al fin que mi pequeña, de alguna manera sabía lo que les sucedía a la gente que moría por causas naturales o a manos de esos monstruos.

Violeta en ese punto alzó la vista mirando al infinito, sus ojos estaban vacios y fue entonces cuando lanzando la libreta al rincón más apartado de la habitación, gritó con desesperación.

Ángel entró en la oficina con la cara desencajada por el susto al oír a su madre gritar como si la estuvieran matando. Vio que estaba totalmente sola y la libreta que tenía en las manos se hallaba ahora en la otra punta de la habitación, habiendo quedado abierta mostrando solo hojas en blanco. Mirando a su madre la recogió del suelo. Violeta parecía una estatua, mirando la punta de sus botas sin mover ni un solo músculo de su cuerpo.

Ángel, empezó a leer las últimas páginas, sin perder de vista a su madre.

Llevo días sola, sin poder hacer ruido, estoy aquí encerrada esperando mi destino. Cada vez más dispuesta a encontrarme con los míos. Mi cabeza ya no piensa y mi corazón está vacío.

Soy consciente de que cuando den conmigo, se que esa puerta no resistirá sus envites. Ya están cerca, los oigo y los huelo. Ya veo la puerta entreabierta, ya no hay escondites…

Ángel prefirió dejar de leer y cogiendo a su madre de la mano, salieron del almacén para dirigirse a la que había sido su antigua casa. Violeta, al llegar a su casa decidió que Ángel recogiera todo lo que habían preparado para cargar en el coche, dejando que se encargara de colocar las pertenencias en el asiento de atrás, mientras ella lo observaba desde los escalones del garaje. Pensando en su hermana decidió que no podía permitirse el lujo de estar de luto, ya que su hijo la necesitaba, ahora más que nunca. Con esa determinación se puso al volante del todo terreno y saliendo del pueblo dejó que sus sentimientos se quedaran allí para siempre con su familia. Sin mirar atrás, estuvo convencida que no volvería jamás.

Violeta, pensaba hacia dónde dirigirse, mientras tanto Ángel, cogiendo la libreta de su tía acabó leyendo lo que quedaba. Solo eran cuatro líneas, que le marcaron para el resto de su vida. Decía lo siguiente:

Ellos entran en tropel,
ya no me importa nada.
Mi muerte será cruel,
porque la primera... es Alba.

 

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