PADRE
Cuando nació Samuel fue una bendición para sus
padres y toda la familia. Samuel había sido un hijo muy deseado, después de
varios años e intentos fallidos. Cuando los tratamientos a los que se había
sometido su madre por fin dieron fruto el resultado no hubiese podido ser
mejor. Un hermoso niño de más de cuatro kilos y una cara angelical.
Cuando aprendió a caminar sus pasos resonaban en
toda la casa, las risas de sus padres acompañaban a esos zapatitos como si
fueran campanillas. Los juguetes — demasiados para un niño de tan corta edad—
iban y venían por todas las habitaciones. Resonaban haciendo saber en cada
momento dónde se encontraba él.
Era muy espabilado para su edad y con cuatro años
empezó a dibujar con sus lápices de colores todo lo que sus ojitos veían o sus
oídos escuchaban Al principio fueron garabatos con miles de colores. Después flores
y valles verdes, caballos que parecían gatos y gatos que parecían caballos,
ríos sin fin desbordándose por la hoja de papel, y soles que parecían que con
sus sonrisas iluminaran la habitación llenándola de luz.
Ahora Samuel contaba con siete años, su habitación
había cambiado con él. Dónde tiempo atrás había habido una cuna, se hallaba su
cama, en las paredes ya no había dibujos para bebés. Ahora estaban los dibujos
de sus cómics favoritos. Seguía dibujando, pero no con la alegría de uno tiempo
atrás. Todo empezó cuando vio por
primera vez dibujos e inscripciones
extrañas que no entendía en sus cuadernos de dibujos. Predominaban los colores
negros y rojos, sabía que no los había escrito ni dibujado. Sus padres menos
aún ya que nunca tuvieron la destreza que el poseía.
A medida que pasaban los días y se fueron sucediendo
por meses, el carácter de Samuel fue
“envejeciendo”, se volvió huraño y hostil con la gente que más le quería.
Empezó a encerrarse en su habitación y a hablar solo. O, eso pensaban sus
padres.
Su madre empezó a preocuparse. Su padre solo decía
que eran cosas de niño, pero ella estaba convencida de que algo pasaba. Cuando
una de las muchas noches que su madre estaba despierta por el insomnio de la
preocupación, pudo ver por debajo de la puerta de la alcoba de su hijo una luz
de color rojo intenso y, escuchar dos voces. Acercó el oído y escuchó a su hijo
decir:
— ¿Y todo será mío? Y a continuación una risa brutal
e inhumana, con matices de amor hacía el pequeño, estalló en cuarto de su hijo.
Tapándose la boca para frenar un gemido, la madre de
Samuel se quedó paralizada ante el horror de pensar que alguien se había colado
en la habitación de su pequeño.
No tuvo tiempo de más, ya que de golpe se abrió la
puerta y con horror pudo ver a su hijo sonriendo, abrazado a un ser
indescriptible salido de las mismísimas entrañas de la tierra.
— Mamá no te asustes, el nos protegerá, nos dará
todo lo que deseemos, pues él es mi verdadero padre.
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