EL PRIMER INVIERNO
Creía tener unas manos fuertes,
tan fuertes como cadenas,
sirvieron de bien poco.
tan fuertes como cadenas,
sirvieron de bien poco.
Y esa, ahora es mi condena.
El invierno
había sido duro. La nieve había empezado a derretirse, haciendo mucho más practicable
avanzar por los senderos que se habían ido formando tiempo atrás por el
trasiego de vecinos y excursionistas. El bosque siempre había sido una fuente
de recursos para la villa de una forma u otra, bien por los montañeros que
acababan bajando al pueblo para hacer sus compras o para los propios vecinos, pudiéndose
abastecer de setas, bayas, y todo tipo de plantas aromáticas y hierbas
medicinales para después venderlas a los turistas.
Para Ángel y
su madre, la montaña era ahora su hogar. Durante la larga estación invernal,
habían estado escondiéndose de los seres que meses atrás habían ido adueñándose
del pueblo, evitándolos todo cuanto pudieron, y teniendo que enfrentare a ellos
muy de tanto en tanto ya que conocían como la palma de su mano los bosques que
durante todo ese tiempo los habían acogido, pudiendo sortearlos a todos ellos durante
meses.
Sin haberse cruzado
con un alma durante toda la estación, cuando en el pueblo empezó a escasear la
materia prima fresca, los cuerpos sin vida que lo habitaban empezaron a buscar
nuevas fuentes de alimentación, empezando a llegar en grupos para corromper con
su presencia, la montaña.
Hacía nueve
meses que se había declarado la mayor epidemia que hubiese conocido el hombre
hasta ese momento. Las autoridades en un principio, no quisieron dar la
importancia que supuso que los muertos se levantaran a las pocas horas de
fallecer y así no alarmar a la población. Evidentemente eso fue una
equivocación e hizo que la epidemia se propagara con mayor velocidad. A algunos
solo les restaban unos pocos minutos, esos eran los menos. Cuando “resucitaban”
atacaban a las personas que se hallaban a su alrededor, tanto daba si eran
familiares, amigos o desconocidos, se los comían igual que las hienas a su
presa.
Había sido
una buena idea trasladarse a los bosques para eludir la epidemia impidiendo engrosar
las filas de muertos vivientes. Ya no podían aplazar por más tiempo el
conseguir comida, decidiendo regresar al punto de partida, el pueblo.
Las mochilas
que llevaban a sus espaldas madre e hijo no pesaban, ya que las conservas que las
habían llenado, fueron agotándose con el paso de los días y los meses, habiendo
reemplazado durante todo ese tiempo sus reservas. Durante mucho tiempo
estuvieron sin atreverse a bajar a ninguna de las poblaciones de los alrededores
para no tener que lidiar con aquellos monstruos. Solo habían sido capaces de
entrar en las pocas casas aisladas que iban encontrando para aprovisionarse de
ropa y alimentos en lata, ya que la huida no había sido programada, habiendo
escapado con lo puesto cuando se declaró la epidemia en el pueblo. Todo había
ocurrido en junio, ahora encontrándose por fin en el mes de marzo podían ver un
futuro algo menos salvaje y más esperanzador, creyendo que la mayoría de seres,
había dejado de existir por el proceso natural de la descomposición de los
cuerpos. Se equivocaban.
Tanto Ángel, como su madre habían huido del
caos in extremis, dejando atrás
amigos y familia, convencidos de que si no habían sucumbido al desastre
acabarían por encontrarse en algún momento.
Ahora hallándose
en la falda de la montaña y habiendo dejado el escondite donde se sintieron
seguros durante algún tiempo, se deleitaban con la panorámica del pueblo. El
sol empezaba a salir de entre las nubes, tímido, acariciando los rostros de
cada uno de ellos, haciéndoles sentir sensaciones y pensamientos distintos al
observar, el que hasta entonces había sido su hogar, su ciudad y su pequeño
mundo.
Parecía, que
hasta el amanecer se ralentizara al ver la majestuosidad del valle en silencio.
Las sombras de la noche acompañadas por los ruidos, muchas veces sin
procedencia aparente, se retiraban a recodos que era preferible no averiguar
donde se encontraban.
Violeta, con
su gorro de punto y sus mitones raídos, miraba todo lo que le rodeaba fascinada.
Durante unos segundos cerró los ojos y aspiró profundamente los aromas que el
viento trasportaba de las montañas solo para ellos. El sentimiento de gratitud
por un día más hacia su creador, le hizo coger una de las manos de su hijo apretándola
con fuerza y, mirándole a los ojos, sonrió con esperanza. Ángel al notarse
sujeto escudriñó a su madre, viendo en sus ojos una serenidad que hacía meses
que no veía y, devolviéndole la sonrisa, tornó a echar un vistazo hacia el valle,
dándole el valor que en otra situación no hubiera tenido para preguntar.
— ¿Crees que
por fin todo ha acabado, qué puede que aún haya alguien vivo en el pueblo?
Violeta,
incómoda por la inesperada interrogación del adolescente, soltándole la mano y colocándose
la mochila, apretó la cincha de la hebilla ajustándola a la cintura sin tener ninguna
necesidad de hacerlo, dándose así un tiempo para pensar lo que iba a decir.
—No lo sé
cariño, es algo que tenemos que averiguar. Éramos más de treinta mil habitantes
ahí abajo, por eso mismo estoy segura de que alguien debe de quedar vivo
escondido en alguna parte.
— ¿Es
posible que tía Esther y Alba pudieran entonces… estar escondidas o qué
hubieran huido como nosotros a las montañas?
— ¡Claro que
sí! ¿Qué te hace pensar lo contrario?—dijo Violeta convencida de que su hermana
y su sobrina, habían escapado a la locura que se había desatado en sus vidas. Sin
esperar respuesta siguió hablando—. Esther, sabe perfectamente que aún siendo la
pequeña de las hermanas, siempre ha sido la más lista, la más fuerte y sobre
todo la más decidida de las dos. No te preocupes por ellas. La pequeña Alba,
seguro que está bien, igual que tu tía, habrá sabido cuidar perfectamente de su
hija. Evidentemente lo habrá hecho mucho mejor, que yo contigo. Solo hace falta
echarte un vistazo, estas hecho un asco—acabó diciendo dándole un pequeño
puñetazo cariñoso en el hombro, para relajar la conversación.
—Mamá… lo
has hecho muy bien—dijo el muchacho acercándose a su madre y besándola en la
mejilla, sin poder evitar pensar que durante todo aquel tiempo que habían
permanecido en las montañas no se habían encontrado con ningún ser vivo.
— ¡Anda
vamos! Antes de que acabe de salir el sol deberíamos acercarnos todo lo que
podamos, para descubrir cómo está el pueblo e intentar averiguar si podremos
encontrar comida, ropa y sobre todo, buscar a tu tía y a tu prima. ¿Llevas la
escopeta cargada? —dijo mirando la suya propia y palpándose los bolsillos del
abrigo dos tallas más grande, para asegurarse que la munición seguía donde la
había dejado. El chico de dieciséis años levantó su dedo pulgar enguantado,
dándole la afirmación que buscaba su madre.
Les llevó
más de dos horas llegar hasta la entrada de lo que hasta hacia bien poco había
sido una población bulliciosa. Ahora totalmente en silencio, más bien parecía un
cementerio de bastas dimensiones y descuidado.
Se
dispusieron a recorrer la calle mayor con cautela, las escopetas de dos cañones
preparadas y amartilladas para no perder tiempo si se encontraban con aquellos
seres. Estaban orientadas hacia un punto indefinido. Sin perder de vista los
comercios y casas bajas a las que se iban acercando para ir dejándolas atrás más
tarde, se dirigían hacia el centro del pueblo. Lo único que podía escucharse
era el ulular del viento que mecía los árboles haciendo que, de vez en cuando
cayeran de sus copas, la nieve que las ramas más pequeñas ya no podían soportar
por el peso y el vaivén del cierzo.
Las botas
iban dejando huellas en la nieve poco profundas, de vez en cuando podían
escuchar cómo se quebraban a su paso los trozos de hielo, por el peso que
ejercían sobre el suelo las pisadas dadas con cautela. Había rastros del día
anterior casi borradas por el viento, marcas de zapatos que se arrastraban, de
todos los tamaños y formas.
Violeta estaba
decidida a encaminar sus pasos hacia su casa para coger ropa, comida y las
armas de caza que habían pertenecido a su difunto marido, fallecido dos años
atrás, para después cargarlo todo en el todo terreno que descansaba desde hacía
meses en el garaje y deponer su marcha dejándolo preparado para después
dirigirse a casa de su hermana a pie junto a su hijo y así saber si había
dejado alguna pista de donde podía encontrarse.
Al entrar en
la casa por la parte trasera, les abofeteo el olor a cerrado y humedad.
Recorrieron toda la vivienda con cautela para saber si podrían haber estado
allí, o alguna otra cosa de aquellas que se movían contra toda ley física.
Encontraron indicios tangibles de que así había sido. Esther, les había dejado
una nota escrita en un folio en la nevera, aguantándola con un imán simulando
un tomate. Con letra redonda y pulcra podía leerse:
Febrero de
2015
Por ahora seguimos vivas. No hemos
salido del pueblo por qué Alba está tan asustada que he preferido permanecer
escondidas durante todo este tiempo. Sus ocho años no le permiten entender que
es lo que está pasando, creo que nadie lo entiende. Me he decidido ir a casa de
los Gavaldá. Como sabes, tienen un buen sótano y buen aprovisionamiento de
comida en conserva casera.
Espero que Ángel y tú estéis bien,
si no sé nada de vosotros tengo la intención de dirigirme a las montañas el mes
que viene para intentar encontraros, ya que en el pueblo se que no estáis, ni
vivos ni muertos.
Os dejaré una nota en casa de los Gavaldá,
diciendo a dónde nos dirigimos.
Cuidaos mucho.
Os quiero.
Esther.
A Violeta le
temblaban las manos mientras leía la nota. Cuando acabó, por sus mejillas
resbalaron lágrimas de alivio. Hacia menos de un mes que su hermana había dejado
esa misiva en la nevera y le daba esperanzas de que aún estuvieran con vida. Al
levantar la vista para darle la noticia a su hijo, pudo observar que había
estado allí plantado esperando que ella acabara de leer, durante todo el tiempo
apoyado en la encimera de la cocina.
—Están
vivas… por-por lo menos hace un mes lo estaban— dijo tartamudeando y entregándole
la nota para que pudiera leerla.
El muchacho
la leyó con rapidez y mirando a su madre dijo:
—Vayámonos
de aquí, no me siento seguro.
Su madre
afirmó con la cabeza, saliendo por la puerta principal con cautela mirando
hacia todos lados. Se dirigieron a casa de los vecinos que les había dicho
Esther, sin tener ningún contratiempo por el camino.
Hacía cuatro
días que no había caído una nevada. Al aproximarse a la casa vieron que el
terreno de alrededor tenia cientos de pisadas, la actividad había sido
frenética fuera de la vivienda y parecía que no hacía mucho tiempo de ello, ya
que la nieve que se acumulaba alrededor
era escasa y el paso de esos seres había hecho que se tornara barro, dejando un
claro rastro de hacia dónde se habían encaminado.
Ángel siguió
las pisadas que le enviaron a la parte trasera de la casa, donde pudo ver la
ventana de la cocina totalmente tapiada con tablones. Intentó forzar la puerta,
pero al no ceder a sus envites, supuso que se hallaba obstaculizada por dentro.
Su madre intentó arrancar los tablones que bloqueaban el ventanal con las manos
desnudas sin mucho éxito. Ángel se dio cuenta que necesitarían algo para hacer
palanca si deseaban entrar en la casa. Echó un vistazo alrededor viendo que, en
la otra punta del patio había una pala medio oculta por la nieve. Se dirigió
para hacerse con ella y cuando llegó a la ventana solo tuvo que hacer un par de
intentos para desclavar uno de los tablones, dándoles el suficiente espacio
para pasar al interior.
Cuando
estuvieron dentro las sombras lo invadían todo, solo entraba la poca luz del ventanal
que no ayudaba mucho. El hedor a muerto inundaba sus fosas nasales. Violeta,
sacó con rapidez la linterna que llevaba en uno de sus bolsillos del abrigo y
dirigiendo la luz hacia delante, pudo ver tres cuerpos en el suelo del pasillo,
que conducía hacia la parte delantera de la casa. La puerta estaba parcialmente
bloqueada y una de las ventanas del comedor totalmente rota, el marco lleno de
sangre coagulada. Podía diferenciarse la de aquellos monstruos a la de un ser
vivo. La de los seres era negra y muy espesa, la otra se notaba que era de una
persona viva por el reguero que había en el suelo y en el marco, saliendo por
la ventana y dejando un rastro por el
jardín acabando con un charco de sangre y trozos de carne humana en el
suelo.
Violeta,
apretó los ojos para apartar de ella aquella visión. Su hijo al llegar a la
altura de su madre, pudo ver lo mismo, abrazándola por detrás para intentar
consolarse y consolarla al mismo tiempo, haciendo que su madre se sobresaltara
girándose hacia él y propinándole con la linterna un golpe en la ceja y
abriéndosela.
Ángel se
tocaba la parte derecha de la cabeza incrédulo, mirando el guante ensangrentado
y dirigiendo su vista hacia su madre para después volver a su mano. Violeta al
darse cuenta de lo que había hecho, se dirigió hacia su hijo para poder ver la
herida.
— ¡Dios mío!
Lo siento hijo, no sabía que eras tú—dijo en un susurro— Deja que te limpie,
miraré si hay algo por aquí para poder curarte esa herida.
—Déjalo
mamá, no pasa nada. Tenemos que irnos de aquí y seguir esas huellas para saber
donde está tía Esther, después ya tendremos tiempo de que mires lo que me has
hecho—dijo con tono de reproche.
Era casi mediodía
cuando llegaron a la salida del pueblo y entraron en un almacén de semillas,
había una puerta abierta de par en par donde había saltado el marco por el
envite de algo que se encontraba fuera. En mitad de la habitación podía verse
un charco de sangre casi seca desde el borde hasta el centro, no debía de tener
más de dos días, ya que en el núcleo aun podía verse que estaba húmeda. Encima
de lo que había servido tiempo atrás de mesa, había una libreta y en su tapa
podía leerse:
Para mí querida hermana y sobrino
De Esther
Violeta
cogió la libreta y la estrechó contra su pecho como si fuera el último legado
de su hermana. Empezó a leer las primeras letras con los ojos llorosos, viendo
como las líneas se entrelazaban subiendo y bajando como si tuvieran vida propia.
Ángel mientras su madre se había perdido en
la oficina, estuvo mirando el almacén de arriba abajo. Sabía que
aquellos seres eran más activos de noche, pero podían esconderse en cualquier
agujero para salir si veían presas a las que poder hincar el diente.
Mientras
tanto su madre volvió a cerrar la libreta sin atreverse a leer, lo que hizo fue
quitarse las lágrimas que querían salir de sus ojos, como si fueran a dar el
pistoletazo de salida a la desesperación de su hermana. No quería saber, pero
al mismo tiempo quería desesperadamente que aquellas letras le dijeran donde
estaba su hermana.
Volvió a
abrirla no sin antes suspirar profundamente, sentándose encima de la mesa y empezando
a leer.
Primer
día, Marzo 2015
Hermana si llegas a leer esto quiero
que sepas que en todo este tiempo no he parado de pensar en vosotros y como
encontraros. Alba, cuando empezó el invierno se puso enferma y tuvimos que
quedarnos aquí, primero por miedo y después por su salud. Pensé que estando en
el pueblo podía hacer que mejorara, ya que las incursiones a la farmacia
sirvieron y mucho.
Hemos estado escondidas durante
muchos meses por todas las casas del pueblo, hasta que decidí ir a la tuya y
dejarte la nota en la nevera. Si estás leyendo esto es que me has encontrado de
una manera u otra.
Antes de contarte nada más quiero
que sepas que lo intenté todo, para mantenernos a salvo y poder encontraros.
Que todos mis pensamientos se centraban en mantener a mi hija con vida…He
tenido que enfrentarme a esas cosas, gente que conocíamos de toda la vida que
ha intentado matarnos para poder alimentarse de nuestros cuerpos. Es asqueroso.
He visto a muy poca gente viva, se esconden igual que nosotras, y cada vez veo
a menos, supongo que deben de estar yéndose del pueblo, o bien uniéndose a las
filas de muertos vivientes.
Alba, ya está mucho mejor y tenemos
previsto salir de este infierno dentro de una semana, si todo va bien, nos
encontraremos muy pronto
Segundo día, Marzo 2015
Hoy ha amanecido un día esplendido,
Alba y yo estamos contentas pues estamos haciendo los preparativos para poder
marchar a las montañas. Tu sobrina está mucho mejor y ya no tiene esa tos tan
fea que nos ha tenido con el alma en vilo, durante noches para que no nos
oyeran esas cosas.
Tercer día, Marzo 2015
Empiezo a sentirme aliviada, Alba ya
está perfectamente y mañana si todo va bien partiremos para siempre de este
pueblo para no volver jamás. Hermanita ¿te das cuenta que no sé en qué día
vivo? Yo, la posesa del control…
Violeta, al
leer las últimas líneas sonrió, percibiendo el optimismo y pasando sus dedos
por los trazos que su hermana había dejado escritos y siguió leyendo.
Alba, no ha parado de preguntar
durante todo este tiempo por Ángel, tiene muchísimas ganas de encontrarse con
él, lo echa mucho de menos. Estoy convencida de que ya nos queda muy poco para
poder estar todos reunidos.
Más tarde, Marzo 2015
Violeta, como has podido comprobar
no me he parado a contar detalles, ya que supongo que sobradamente los conoces.
Debes de estar pasando por lo mismo que nosotras. Aquí en casa de los Gavaldá,
empieza a no ser seguro y tenemos que ponernos en marcha antes de lo previsto.
Tenemos que irnos, ya seguiré escribiendo más tarde.
Ángel se acercó
a su madre, después de revisar el almacén por tercera vez. La estaba observando
y viendo que se hallaba tan enfrascada en la lectura, sin darse cuenta qué él se
encontraba a menos de dos metros de ella, optando por darle el espacio que en
ese momento estaba reclamando en silencio, no la molestó para decirle que
estaban seguros donde estaban. Para ella solo existía el aquí y ahora y esa
especie de diario que estaba leyendo.
El instinto
de Violeta se había desarrollado durante todos esos meses y su hijo creyendo
que no se había dado cuenta de que él estaba presente, levantó la vista
viéndolo allí, esperando que le diera noticias.
—Todo va
bien cariño, por ahora todo va bien—dijo automáticamente para no preocupar a su
hijo y cerrando la libreta.
— ¿Y toda
esa sangre, de quién es?—preguntó escéptico.
—Puede ser
de cualquiera.
— O eso es
lo que prefieres pensar—dijo con tristeza.
Violeta,
dando un suspiro y acariciando inconscientemente la tapa del diario, miró a su
hijo y pensó lo que iba a decirle. Optó por acercarse a él y hablarle con
sinceridad, dejando la libreta en la mesa en la que hacía unos segundos estaba
sentada, con una delicadeza infinita.
Ángel al ver
aquel gesto pensó, en como podía ser posible que una mujer, mejor dicho, su
madre que no pesaba más de cuarenta y cinco kilos y media 1,60 podía tener dos
extremos tan marcados, la delicadeza y la brutalidad, está última se la había
demostrado con aquellos seres. Entonces supo que su madre haría todo lo que
estuviera en su mano para protegerlo, lo había estado haciendo durante aquellos
nueve meses, había luchado por él cómo las leonas protegiendo a sus cachorros.
Cuando la tuvo delante solo tuvo el impulso de abrazarla con fuerza y
susurrándole al oído le dijo:
—Tú has
sido, más fuerte, más lista y más decidida que tía Esther. Violeta, lo apartó
de si con delicadeza, mirándole a los ojos y acariciando una de sus mejillas.
—Deja que
termine de leer el diario de mi hermana y sabremos qué ha pasado ¿de acuerdo?
Ángel
asintió, quedándole una sensación de vacío y perdida. Violeta tomó de nuevo
entre sus manos la libreta y continúo leyendo.
Cuarto día, Marzo 2015
Hubo un tiempo en que había creído
tenerlo todo, un hogar, familia, posición, y sobre todo una seguridad y un
futuro predecible, pero de eso ya hace mucho tiempo. Ahora lo único que existe
es el hambre, la enfermedad, la lucha y la muerte.
Todo lo que estaba bien, ahora está
mal. Mi vida a partir de ahora sé que será corta y cruel. Tengo el
convencimiento que mi destino no es luchar ni sobrevivir si no sucumbir, pues
ya no me queda nada…
La previsión de escapar de esta
locura, ahora es imposible. Estuvimos tres días sitiadas y Alba…ella, no he
podido hacer nada. Ni siquiera sé por dónde pudieron entrar. Pude matar a tres
de esas cosas, pero llegue tarde, ya la habían mordido. Intentamos escapar por
la ventana pero fuera había más y más de esas cosas.
Si puedo estar escribiendo esto… es
porque mientras estaban entretenidos con ella pude huir, no sin antes intentar
arrebatársela, como ellos habían hecho anteriormente conmigo, pero no pude, por
cada uno de ellos que mataba salían dos más. Lo último que pude escuchar de sus
labios me torturara hasta el último día de mi vida.
¡Mamá, mamá corre, corre! Que yo no
pueda encontrarte. Ella sabía que volvería, tenía el convencimiento que se
convertiría en una de esas cosas, comprendiendo yo al fin que mi pequeña, de alguna manera sabía
lo que les sucedía a la gente que moría por causas naturales o a manos de esos
monstruos.
Violeta en
ese punto alzó la vista mirando al infinito, sus ojos estaban vacios y fue
entonces cuando lanzando la libreta al rincón más apartado de la habitación,
gritó con desesperación.
Ángel entró
en la oficina con la cara desencajada por el susto al oír a su madre gritar
como si la estuvieran matando. Vio que estaba totalmente sola y la libreta que
tenía en las manos se hallaba ahora en la otra punta de la habitación, habiendo
quedado abierta mostrando solo hojas en blanco. Mirando a su madre la recogió
del suelo. Violeta parecía una estatua, mirando la punta de sus botas sin mover
ni un solo músculo de su cuerpo.
Ángel, empezó
a leer las últimas páginas, sin perder de vista a su madre.
Llevo días sola, sin poder hacer
ruido, estoy aquí encerrada esperando mi destino. Cada vez más dispuesta a
encontrarme con los míos. Mi cabeza ya no piensa y mi corazón está vacío.
Soy consciente de que cuando den
conmigo, se que esa puerta no resistirá sus envites. Ya están cerca, los oigo y
los huelo. Ya veo la puerta entreabierta, ya no hay escondites…
Ángel
prefirió dejar de leer y cogiendo a su madre de la mano, salieron del almacén
para dirigirse a la que había sido su antigua casa. Violeta, al llegar a su
casa decidió que Ángel recogiera todo lo que habían preparado para cargar en el
coche, dejando que se encargara de colocar las pertenencias en el asiento de
atrás, mientras ella lo observaba desde los escalones del garaje. Pensando en
su hermana decidió que no podía permitirse el lujo de estar de luto, ya que su
hijo la necesitaba, ahora más que nunca. Con esa determinación se puso al
volante del todo terreno y saliendo del pueblo dejó que sus sentimientos se
quedaran allí para siempre con su familia. Sin mirar atrás, estuvo convencida
que no volvería jamás.
Violeta, pensaba
hacia dónde dirigirse, mientras tanto Ángel, cogiendo la libreta de su tía
acabó leyendo lo que quedaba. Solo eran cuatro líneas, que le marcaron para el
resto de su vida. Decía lo siguiente:
Ellos entran
en tropel,
ya no me importa nada.
Mi muerte será cruel,
porque la primera... es Alba.
ya no me importa nada.
Mi muerte será cruel,
porque la primera... es Alba.